Cremá en Valencia, Crimea en la Madre Rusia y cremita sin trabajar en Ucrania. Qué le gusta al fallero de Vladimir Putin incendiar antiguas repúblicas soviéticas. La mascletá del Kremlin. Eso sí, como buen tendero del moscovita mercado Ismailovo, Vladimir se preocupa de envolverlo todo muy bien en papel de regalo de muchos colorines. De hecho, de vez en cuando, se regala unas elecciones presidenciales rusas en las que siempre gana, que para algo las ha organizado. Y al que no le guste, ya sabe, a picar hielo en Siberia. Que no le toquen el Pussy Riot. La creme de la creme en Crimea ha sido un referéndum de anexión a la Madre Rusia, precocinado por Ultramarinos KGB y supervisado a punta de pistola de mercenarios, cosacos y kontraknikis.  Así le gustan las fiestas de la democracia a Putin. Con mucho vodka. A lo loco. O a la loca. Ayer Sebastopol era un jolgorio. Sus calles parecían un anuncio de fornidos mecánicos de submarinos rusos de la II Guerra Mundial y marineritos extraidos de un anuncio de Jean Paul Gaultier. Con todo lo que eso conlleva para un bujarrisonov perdido en la estepa. Mientras tanto, amariposados, buscando el sol en una playa (del Mar Negro) y con su bikini de rayas moda Potemkin permanecen Obamaría No Sé y sus aliados europeos. Menudo strogonoff  les ha organizado el hijo de Putin. Cualquiera le dice nada con la mala Osetia que tiene. Occidente amenaza con sanciones y a Putin le da la risa. Con sólo cortar el gas vamos a pasar mucho fresco en Europa. Tanta rasca como en la Guerra Fría. Por algo sería.
 

FUENTE: El País