David Cameron es como Arthur More. Cada día se parecen Más. El derecho a decidir, que los tiene locos. Un día se lía la falda a la cabeza con un referéndum para la independencia de Escocia que hace las delicias de nuestro Braveheart de Generalitat. Y otro día se plantea no participar en Eurovisión. Cameron de la Isla ha lanzado un quejío: no quiere ser europeo del todo. Yes pero no. Ser o no ser. Muy shakesperiano. Es decir, asimétrico. En definitiva; una UE self-service. Una en la que los hijos de la Gran Bretaña piden de postre un euromercado único con topping de chocolate, pero descartan del menú las lentejas, que si quieres las tomas o si no las dejas. Nada de euroregulaciones financieras para La City, que la sombra del Pepinillo de 30 metros de Norman Foster nos  lo pasamos pipa esterlina. En Bruselas no dan crédito con la novia rarita. 40 años de relación y, como un noviazgo vasco, todavía andan rompiendo el hielo. Dice Margallo que si se van, se quedarán solos en su isla con sus banquitos. Ojo. Que nosotros jugamos la Champions.
 

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